Arquitectura
Le Corbusier soñó la Buenos Aires moderna

Le Corbusier siempre fue un personaje singular. En 1929, cuando rondaba los 42 años pasó por Buenos Aires y la bautizó “La ciudad sin esperanzas”. Pero luego, casi de la noche a la mañana, armó un proyecto para renovar la ciudad demoliendo medio centro porteño.
No se andaba con chiquitas, para él, el verde, el sol y el aire puro eran imprescindibles y proponía levantar una docena de torres vidriadas en lo que hoy es Microcentro. Autopistas por aquí y por allá, monoblocks rodeados de parques para que viviera la gente y hasta una aeroísla, que estaría delante de lo que hoy es la Reserva Ecológica. Aunque todo esto no parezca nada nuevo, en los 20 era una revolución conceptual. Lo más moderno que se había hecho en ese momento era el Palacio Barolo. De todos modos, su plan no tuvo éxito, para nada, pero dejó su semillita y siguió pensando en Buenos Aires.
En 1937, visitaron su estudio parisino dos jóvenes argentinos, Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy. Rápido, los puso a trabajar en un plan urbano para Buenos Aires que nadie le había pedido pero que estaba dispuesto a vender. Con paciencia, diez años después, tuvo su oportunidad: Kurchan y Ferrari fueron contratados por la municipalidad para planificar una nueva Buenos Aires. El maestro estaba exultante pero no pudo ser, en el Gobierno no quisieron un plan de un extranjero y sus alumnos siguieron trabajando, aunque solos.
Le Corbusier era así, de la misma manera que proyectaba una ciudad, hacía una casa o un mueble, para él no había obras chicas. Cuando estuvo en Buenos Aires se contactó con medio mundo para ver si lograba conseguir una obra. No lo empujaba la codicia, quería mostrar como debía ser la arquitectura moderna.
Victoria Ocampo, por ejemplo, le prometió que iba hacerse una casa con él, pero no cumplió. El chileno Matías Errázuriz le pidió unos bocetos y después construyó la casa por su cuenta. Nada prendió en ese momento, pero un día, en 1949, mientras estaba dibujando su choza para la Costa Azul, Le Corbusier recibió la carta de un médico argentino que quería una casa en La Plata, capital de la provincia.
Le Corbusier pidió planos del lote y algunas referencias del entorno. Enseguida notó que debía enfrentarse con uno de esos típicos lotes angostos de nuestras ciudades y no estaba acostumbrado. Encima el terreno tenía paredes medianeras en todos lados y el único atractivo era el enorme parque que tenía al frente.
Lo primero que hizo el maestro fue asegurar una buena vista sobre el parque y dispuso la vivienda en el segundo y tercer piso. La planta baja, libre y en el primer piso, el consultorio del doctor Curutchet. Para subir, diseñó una larga rampa que dejaba lugar para un gran árbol. La casa se prologaba en una terraza que permitía ver el parque por encima de la avenida.
En esta pequeña casa, Le Corbusier usó todo lo que le gustaba: columnas redondas para dejar la planta baja libre, rampa y parasoles. Pero, con todo eso, el suizo hizo lo que nunca había hecho, tratar de convivir con los edificios vecinos. La casa es una joya que nada tiene que ver con cualquier otra casa que haya diseñado, y menos con su cabannon de la Costa Azul, su último y verdadero lugar en el mundo